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El miedo al conocimiento. Contra el relativismo y el constructivismo

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Boghossian, Paul (2009).
El miedo al conocimiento. Contra el relativismo y el constructivismo.
(Madrid, Alianza Editorial). 187 pp.

Resumen

Cuando se afirma que existen muchas formas radicalmente distintas de conocer el mundo, todas igualmente válidas (ciencia incluida), traducir “Equal Validity” (p. 17) por todovalismo suena poco riguroso, pero muestra bien el punto de vista de Boghossian sobre la epistemología constructivista posmoderna.

La idea medular –desde Hume hasta Rorty o Goodman- es sencilla: todo conocimiento es socialmente dependiente porque está socialmente construido. Una idea tan pacífica y ampliamente difundida en el ámbito de las ciencias sociales, como rechazada en el de la filosofía. Humanismo y educación se distancian.

Boghossian, valedor del cálculo proposicional de Frege, se ocupa, por esto, en clarificar y cartografiar las principales cuestiones debatidas entre los constructivistas y sus críticos. El constructivismo sobre los hechos, el constructivismo sobre la racionalidad, el papel de los factores sociales en la epistemología y, finalmente, las poderosas objeciones, que explican el rechazo a estas posturas por parte de los filósofos analíticos contemporáneos.

El constructivismo de los hechos podría rotularse, en mi opinión y parafraseando a Ricoeur, como gnoseología de la sospecha. Su objetivo es desenmascarar. Quitar a la realidad su disfraz de naturaleza y devolverle su autenticidad de fenómeno social contingente.

No sólo hechos y conocimiento están socialmente construidos. También lo están “la autoría, la hermandad, el espectador infantil de televisión, las emociones, la idiosincrasia homosexual, la enfermedad, el inmigrante como problema médico, los quarks, el sistema escolar urbano, el nacionalismo zulú” (p. 35) y un largo etcétera cercano a más de cincuenta tipos distintos de entidades.
El sentido del constructivismo se ilumina al contraponerlo a la visión clásica del conocimiento. Frente al Objetivismo sobre los hechos, que mantiene que el mundo es independiente de nosotros y nuestras creencias, se enfrenta el Constructivismo sobre los hechos, que considera que todos los hechos dependen de nosotros y nuestro contexto social. Por otro lado, frente al Objetivismo sobre nuestra capacidad de razonar, según el cual los hechos que presentan la forma “la información E justifica la creencia B” (p. 42) son hechos independientes de la sociedad; el Constructivismo sobre nuestra racionalidad sostendrá que todos los hechos que presentan la citada forma son algo construido.

Importa señalar que la expresión algo construido remite a nuestras razones pragmáticas; es decir, a nuestras eventuales necesidades e intereses. Esto explica, a juicio del autor, la plausibilidad que el constructivismo otorga a la tesis de que todo vale por igual.

Siguiendo una perfecta metodología analítica, Boghossian desarrollará en los capítulos 4 al 8, la construcción de los hechos y su relativización; asumirá la defensa del relativismo epistémico, lo impugnará y concluirá con razones epistemológicas a favor del objetivismo (semántica kantiana del término excluida, me atrevo a matizar).

El constructivismo de los hechos depende de la siguiente tesis: para entender que haya un modo objetivo de ser del mundo tenemos, primero, que ponernos de acuerdo en usar ciertas descripciones de éste en lugar de otras; teniendo en cuenta, además, que previamente al uso de esas descripciones, no tiene sentido la idea de que ahí fuera se dé un hecho objetivo que determine cuál de nuestras descripciones es verdadera y cuál falsa. Esta tesis se aplica -paradójicamente- a hechos que requerirían una prioridad del después en nuestra causalidad mental constructiva de ellos: los hechos de nuestro propio pasado, o los hechos referidos a las montañas, los dinosaurios o los electrones.

No deja de resultar sorprendente, en este sentido, la afirmación del constructivista francés Bruno Latour. Cuando científicos franceses que trabajaban en la momia de Ramsés II concluyeron que este murió de tuberculosis, Latour negó que eso fuera posible… “ya que tal bacilo fue descubierto –construido- por R. Koch en 1882” (p. 49). Igual sorpresa despierta Michel Foucault cuando sostiene su famosa tesis de que antes de que se utilizara el concepto de homosexual, para describir a ciertos hombres, no había homosexuales, sino hombres que preferían tener relaciones con otros hombres.
A fin de tomar posición a favor de la dependencia generalizada de los hechos respecto de sus descripciones, Nelson Goodman procede a reinterpretar las categorías kantianas: “nuestros conceptos funcionan como moldes cortagalletas” (p. 59) que tallan el mundo en hechos, trazando límites de ciertos modos y no de otros. Lo peculiar de esta suposición es que, análogamente a la kantiana, es la suposición de Goodman; de motivación exclusivamente pragmática, por cuanto ninguna de las formas de moldear el mundo está más cerca que otra de lo que las cosas son en sí. La crítica evidente e inmediata es el reconocimiento implícito en tal suposición, de una especie de masa mundana básica, cuya existencia neutraliza la hipotética dependencia de los hechos con respecto a las descripciones.
A estas dos críticas es posible añadir el “problema del desacuerdo” (p. 64) o inconsistencia lógica argumental. Brevemente: si construimos el hecho de que P y otra sociedad construye (incluso simultáneamente a nosotros) el hecho de que no- P, resulta posible que a la vez P y no-P.

“Pero ¿cómo podría haber un mundo tal que, siendo uno y el mismo, pudiera a la vez ser el caso que P y no-P?” (p. 66) En Rorty se manifiesta un sistema que parece eludir las tres críticas precedentes.
No hay realidades distintas, sino modos de hablar que se oponen a otros.

Nuestra preferencia por un determinado modo de hablar obedece, aún más, a mera pragmática. En el fondo, cada modo de hablar es semejante al papel que desempeña un autor literario respecto de su narración. Los personajes de la novela son constructos del autor, aunque, dentro de ella, no se piensa que han sido construidos. Así, el constructivista rortyano piensa que, sólo cuando hemos decidido adoptar una determinada teoría del mundo que incluya la descripción Existen las montañas, es verdadero, de acuerdo con dicha teoría, que las montañas son causalmente independientes de nosotros.

Rorty repite la tesis de Protágoras: el hombre es medida de la realidad. Para este relativismo, Boghossian acepta la clásica crítica sobre la circularidad del argumento: la afirmación todo es subjetivo es puro sinsentido. Si esa afirmación es objetiva, es falsa. Y tampoco puede ser subjetiva pues dejaría de excluir toda aseveración objetiva.

No obstante, nuestro autor considera más relevante la crítica basada en el proceso al infinito que supone la aceptación del representacionismo: siendo la clave de ser un hecho el estar vinculado a una teoría; para justificar la vinculación entre teoría y hecho sería necesaria una nueva teoría que vinculase a la vinculación entre teoría y hecho y así sucesivamente.

Cabe, no obstante, una “concepción constructivista/relativista” (p. 95) de nuestra capacidad racional, en versión más radical, la que sencillamente afirma que no es posible hablar con sensatez de lo que es racional… y punto. Se puede optar por una idea copernicana o por una idea ptolemaica sobre el firmamento, pero ningún hecho absoluto –extrasistémico– puede permitir sostener que una es más racional que otra. Observación, Deducción e Inducción no tienen sentido gnoseológico fundante ni fundamental. Y no existe –abrevio el juego defensivo de Boghossian en su papel pro-relativismo– conmensurabilidad entre universos de discurso: para convencer a los partidarios de un sistema alternativo al nuestro, tendríamos que justificar como superiores los principios de nuestro sistema y, esto, siempre lo haríamos desde dentro de nuestro sistema mismo.

Los argumentos de Boghossian objetivista contra Boghossian relativista son los siguientes: es muy dudoso que haya efectivamente muchos sistemas epistémicos alternativos (como mucho los habría posibles); mencionar sistemas dicotómicos supone aceptar la existencia de expresiones de proposiciones completas veritativamente evaluables; lo que, implícitamente, conduce a pensar en hechos que fundamenten la diferencia verdaderofalso; y, por último, las verdades epistémicas son también normativas y resulta difícil comprender que esa normatividad proceda de la construcción impersonalsocial del universo.

Con todo, el argumento fundamental aducido por nuestro autor, se basa en neutralizar el razonamiento constructivista de la circularidad normativa (todo sistema es tan válido como cualquier otro y no hay modo de refutarlo sin incurrir en petición de principio desde el sistema refutante). Esta neutralización se fundamenta en: a) el sistema alternativo a refutar tendría que ser como mínimo coherente e impresionante (lo que deja fuera a muchos potenciales adversarios: la inconsistencia existe); b) no es verdad la tesis de Fumerton sobre los argumentos de circularidad normativa; estos, sólo tienen validez cuando hemos decidido “legítimamente poner en duda la corrección de nuestros propios principios” (p. 141). Y, por último, en todos los ejemplos utilizados por Rorty o deducibles de cierta hermenéutica del wittgensteiniano Sprachspiel, es dudoso encontrar “una disputa entre sistemas epistémicos que discrepan entre sí con respecto a los principios epistémicos fundamentales. Se trata más bien, de una disputa en el seno de un mismo sistema epistémico…” (p. 147).

El análisis del constructivismo fuerte iniciado por David Bloor en su The sociology of scientific knowledge y del constructivismo débil sugerido por La estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn, sigue encontrando para Boghossian incoherencias argumentales y ofreciendo objeciones contundentes a la idea de que no podemos explicar nuestras creencias recurriendo únicamente a razones epistémicas.
Conviene señalar que el discurso de Boghossian se torna moderadamente farragoso en algunos de sus análisis, pero también hay que precisar que el traductor no siempre facilita las cosas al usar términos como proferencia, inexistentes en español. De hecho, la traducción está plagada de expresiones en inglés junto al equivalente castellano, lo que sugiere poca familiaridad del traductor con la Filosofía y, particularmente, con la Lógica.

“En Estados Unidos –concluirá Boghossian– las concepciones constructivistas del conocimiento están estrechamente ligadas a movimientos (…) como el postcolonialismo y el multiculturalismo, porque parecen dotar a las culturas oprimidas de las herramientas que necesitan para defenderse de la acusación de abrigar opiniones falsas o injustificadas” (p.178). Pero… si tanto los poderosos como los oprimidos únicamente cuentan con argumentaciones vinculadas a perspectivas particulares, realmente el diálogo es imposible. Por muy complejo que, en ciertos ámbitos de las ciencias sociales pueda parecer, sólo es posible un diálogo libre de dominio –parafraseo a Habermas–, aceptando que las cosas tienen una manera de ser independiente de las opiniones humanas y evitando el desaliento ante la capacidad humana de conocer.

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