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La gran dictadura

Authors

David Luque

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Barrio, José María. (2011).
La gran dictadura. Anatomía del relativismo.
(Madrid, Rialp). 187 pp.

Resumen

El libro que nos ocupa está escrito por el que, sin duda, es uno de los pedagogos más interesantes y prolíficos dentro del panorama actual de la filosofía de la educación en Europa. Con una concepción muy personal del proceso educativo, donde la búsqueda de la libertad y la verdad a través de una formación humanística juegan un papel fundamental, de él se podría decir que no deja indiferente a nadie. No es de extrañar en alguien con semejante trayectoria intelectual. José María Barrio cuenta con una cuidada formación filosófica, completada con un Premio Extraordinario de Doctorado que obtuvo gracias a una tesis realmente recomendable tanto por su tema de estudio, «el ser y la existencia», como porque fue dirigida por el prestigioso filósofo Millán Puelles -quien supo rodearse de un grupo de discípulos que ha tenido una considerable influencia en el horizonte de la universidad española-.

La tesis central de libro se encuentra en el análisis del relativismo de nuestros días, que ha pasado de ser una prisión teórica o práctica a convertirse en una dictadura cultural que todo lo pretende dominar. La explicación de esta dictadura sostiene que, dado que como en nombre de la verdad se han cometido innumerables tropelías, parece prudente recelar de quienes actúan con verdadera convicción en algo y, como consecuencia de esa desconfianza, se ha extendido el pensamiento único del relativismo. Para José María Barrio, ahora bien, la seña característica de esta corriente de pensamiento es el desprecio de la verdad.

Desprecio que, inexorablemente, conduce al error intrínseco del relativismo: que se presenta como totalitario y, por ende, como verdad, cuando en realidad la desprecia o, lo que es lo mismo -y he aquí su error-, se desprecia a sí mismo.

Podríamos decir, entonces, que el relativismo es la pretensión de que «todo depende». Lo que sucede es que para depender de algo, ese «algo» debe tener un fundamento final y esta es una tesis que el relativismo niega. A lo sumo, ese «algo» estaría en relación al hombre, pero no al hombre abstracto, sino a cada uno de los seres humanos, lo cual, en lugar de conducir a un sano personalismo que tendría como principio fundamental la imagen de Dios en cada ser humano, lo que hace es caer en un insano subjetivismo. Y aquí radica el flanco más débil de esta corriente de pensamiento. Porque hay verdades que lo son con independencia de que convivan en nosotros y hay verdades que no lo son por el hecho de que convivan con nosotros. Además, la postura relativista no es en absoluto prudente. La prudencia demora una decisión para adecuarla a las circunstancias; el relativista por su parte la suspende por completo. Por esta razón no puede existir un sano escepticismo: porque el escéptico se abstiene de juzgar cuando precisamente la inteligencia se perfecciona con el juicio.

No obstante, el relativismo no se ahoga en el individuo, sino que se extiende al tejido cultural de las sociedades. La globalización, pues, tiene el riesgo de la uniformización cultural, pero, al mismo tiempo, abre las puertas a un verdadero diálogo cuyo éxito depende de la posibilidad de poder discutir sobre temas controvertidos en libertad. Sobre este aspecto son realmente interesantes los análisis que Barrio dedica a los conceptos de amistad política, de Aristóteles, y de civilización del amor, de Juan Pablo II, que el filósofo español interpreta como una conversación significativa que va más allá de la discusión sobre meros datos empíricos. Ese diálogo debería tener como objetivo profundizar en lo que más de humano hay en el hombre. En suma, concluye el autor, «el diálogo intercultural implica discernir lo más humano de cada cultura. La posibilidad de trascender los culturalismos particulares depende de que pueda atribuirse una significación real al término «humanidad»» (p. 80).

Ahora bien, ¿qué papel juega la religión en esta dictadura que asola occidente? La religión es un hecho transcultural que está en las entrañas de todas las culturas y condiciona la forma que el hombre tiene de relacionarse con su entorno y consigo mismo. Y ello se da también en una cultura como la actual, hasta tal punto secularizada que los hay que hablan incluso de una «cultura laica» en Europa occidental. Contra esta «cultura laica», Barrio Maestre sostiene que una ética laica no puede ser contraria a una ética confesional porque ambas comparten la búsqueda de la realización del ser humano. De hecho, la transculturalidad propia de las religiones adquiere su máxima expresión en el cristianismo. Por ello resulta absurdo querer entablar un diálogo intercultural quitando el rostro de Dios de los lugares y las manifestaciones públicas, pues sólo se respeta lo sagrado de otras culturas cuando se conoce en la propia carne el valor de algo que es sagrado. Por esta razón, concluye Barrio, el cristianismo debería ser el verdadero nexo común de todos los países europeos, porque todos comparten esa misma raíz, y el verdadero catalizador del diálogo, porque tiene en sí mismo la semilla para inculturar otras culturas con la simiente de la verdad.

La verdad es el concepto que ocupa los capítulos finales del libro, en los que José María Barrio adopta una postura filosófica más profunda que en los anteriores para escudriñar el concepto con detenimiento. Se ocupa, pues, de aclarar qué es la verdad teórica y qué la verdad práctica -la que pretende orientar inteligentemente las acciones humanas hacia el «bien» a través de un uso recto de la razón-. Este concepto, ante el que sólo cabe adoptar una postura escéptica, positivista o netamente filosófica, ha entrado en crisis en el pensamiento y la cultura europea, gracias al representacionismo y al positivismo lógico, lo cual ha conducido a que la metafísica y la teoría del conocimiento pierdan un referente fundamental para ellas. Hasta tal punto es así que se hace imposible la actitud contemplativa para desvelar la realidad de las cosas, lo que, en cierto modo, hace que se le pierda el respeto al mundo que nos rodea. Existen otros planteamientos que han desbaratado el concepto de verdad. El primero de ellos es el planteamiento marxista, donde la verdad es puro poder que está en manos del partido comunista, quien decreta lo que es verdad y lo que no lo es. El otro planteamiento es el de Karl Popper quien, con su falsacionismo, da una imagen de la verdad como provisional y vulnerable. También el liberalismo y la socialdemo- cracia han mellado este concepto, como lo ha hecho la denominada «ética democrática», tanto en la vertiente de la Escuela de Frankfurt como de los neoliberales norteamericanos. Ahora bien, este proceso de disolución tiene algunas consecuencias para algunos aspectos fundamentales del desarrollo de la vida humana, como la libertad, el arte y la religión, donde tener algún criterio fuertemente asentado podría parecer que está en contra de nuestra naturaleza, que nos impide alcanzar una actitud catártica con la que emprender un proceso creativo o que excluye la razón de cualquier diálogo.

El libro de Barrio constituirá, a mi juicio, una referencia básica para comprender el contexto cultural en el que se halla inmersa nuestra sociedad. Pero, no obstante, sacar conclusiones de esta naturaleza sería tan sencillo como resumir lacónicamente el contenido anterior en una frase sencilla. Para una reseña de calado en una revista de naturaleza pedagógica como en la que nos encontramos no basta con tener esta perspectiva, que también, sino que, además, hay que preguntarse por la lectura educativa que puede hacerse de los argumentos expuestos en el texto. De esta manera, considero que hay tres cuestiones clave de la actual situación educativa a las que, de un modo u otro, José María Barrio podría sugerir alguna respuesta. La primera de ellas es cómo afecta la erosión del concepto de verdad al tejido universitario, donde hoy día todo investigador que se proponga como meta el esclarecimiento de la verdad corre el riesgo de ser tachado de sectario o fanático religioso, por lo cual se han originado unas research universities, que dirían los norteamericanos, dominadas por lo pragmático y lo económico. La segunda cuestión es cómo afecta el relativismo a la educación general, secundaria y post-secundaria, pues difícilmente el cuestionamiento escéptico de unos referentes básicos puede formar una personalidad madura. Y la tercera podría ser si el soterramiento de la formación religiosa -y, sobre todo, de la formación cristiana- o, cuanto menos, la sustitución de ésta por una «educación para la ciudadanía» que, a la postre, al menos en el caso español, ha sido motivo de instrumentaliza- ción política, puede conducir a un verdadero diálogo entre las culturas que se encargue de hacer brillar lo más humano de los hombres. Un libro, en suma, que tiene toda la pinta de convertirse en una cita obligada.

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