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La vocación y formación del psicólogo clínico

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Polaino-Lorente, A. y Pérez Rojo, G. (Coord.) (2014).
La vocación y formación del psicólogo clínico.

(Bilbao, Desclée de Brouwer) 128 pp.
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Resumen

Este libro se inicia desde la reflexión acerca de que el diagnóstico y tratamiento psicológicos y psiquiátricos no son una mera técnica, sino que en gran medida responden también a un presupuesto antropológico previo asumido o no de forma reflexiva por el profesional.

Planteado esto mismo a modo de pregunta, el Dr. Polaino-Lorente la formula del siguiente modo: ¿por qué elegí hacer psicología?, ¿fue realmente la vocación o una relativa curiosidad acerca de lo que acontece en la mente humana?, ¿cuándo y cómo experimenté esa llamada a hacer psicología?, ¿qué siento en la actualidad, ante la persona doliente que me pide ayuda?, ¿me decidí tal vez por la Psicología Clínica llevado por la compasión?, ¿me motivó acaso la consideración de aliviar el sufrimiento de las personas y disminuir así el dolor en el mundo?, ¿cuál es la raíz de esa motivación de ayudar? (pág. 11).

Como se sigue de la misma pregunta formulada, la antropología que de modo básico y abierto se propone en esta obra en su relación con la psicología clínica es la de la consideración del paciente como una persona cuya dignidad es siempre preciso respetar, cuya multiplicidad de dimensiones es preciso comprender, y que ve en él a una persona doliente, cuyas carencias es preciso intentar subsanar o al menos paliar, siempre acompañar.

Esta interconexión entre una antropología que parte de la apreciación del valor de la persona en tanto persona y la psicología aplicada no siempre ha sido tenida en cuenta de modo suficiente por los programas de formación académica ni por las publicaciones editoriales. Desde la constatación de esta laguna, esta obra ofrece la aportación realizada por cinco profesionales en las conferencias impartidas en el seminario que tuvo lugar en la Facultad de Psicología de la Universidad San Pablo CEU de Madrid en abril del 2014 orientado a estudiantes de último curso de grado y a profesionales.

En el primer capítulo el Dr. Gómez Pérez bajo el título Constantes humanas, antropología y psicoterapia parte de la consideración que la antropología tiene varias vertientes, una de ellas filosófica y otra cultural; la medicina, en su sentido más amplio, puede entenderse también como antropología experimental y, a la vez, en contacto con las otras dos visiones antropológicas.

Porque lo que se trata de curar no es solo este o aquel síntoma de una enfermedad, sino en cierto sentido, todo el ser humano. No hay o no debiera haber una contraposición entre lo experimental y lo filosófico (pág. 15). Desde esta observación y reflexión observamos que todo cambia, pero que al mismo tiempo hay determinadas constantes humanas que permanecen: la risa, el juego, las normas de parentesco, el arte, la compraventa, etc. y en el ámbito de la cultura moral, los vicios y las virtudes.

Es, en efecto, una constante que el ser humano sabe cuándo hace bien y cuándo hace mal. Muchas veces reconocemos el bien cuando se nos hace, siempre reconocemos el mal cuando somos sus víctimas.

Avanzando en esta línea encontramos la afirmación que se atribuye a Freud aunque no se encuentra en sus obras: ¿Cuáles son las condiciones de una persona para funcionar bien psicológicamente? Su respuesta, al parecer, fue trabajar y amar. Y en efecto, el amor hace salir al hombre de su egoísmo; el trabajo lo asienta en la realidad.

Estas constantes humanas tienen que ver con la psicoterapia en el sentido de que a ésta se le puede aplicar el antiguo recurso, tantas veces comprobado en la historia y que es, por eso, una constante: para solucionar problemas es preciso salirse de los límites del problema. Este «salir» suele tener como condición necesaria, aunque aún no suficiente, descargar la conciencia, porque es difícil salir cuando se mantiene o incluso se «cultiva» lo que pesa interiormente. A su vez, ese descargo se favorece en la consideración de las constantes humanas, de la igualdad esencial del ser humano: lo que me ocurre a mí pero ha ocurrido millones de veces. En cada ser humano se da el catálogo de toda la humanidad (pág. 28). Así la consideración antropológica que en el hombre hay determinadas constantes facilitará el descargo personal con el psicoterapeuta, condición necesaria aunque no suficiente para poder dar una salida al problema personal del paciente.

En el segundo capítulo el Dr. Barraca Mairal analiza La formación para la vocación del Psicólogo Clínico tomando como punto de partida lo que los pensadores contemporáneos han llamado «la diferencia ». Por ejemplo, Enmanuel Levinas se ha referido a la «alteridad», y ha indicado que en cada rostro humano escuchamos el eco de una diferencia radical, esencial, insondable. El ser humano es «sujeto», se ha dicho, y la subjetividad —que no equivale a relativismo— es su forma concreta y específica de identidad (pág. 32). Esto implica que cada persona tiene una vocación profesional y en consecuencia que debe hacerse responsable de su formación; que sin embargo no puede caer en la hiperespecialización con olvido de todo el contexto en que ésta se desenvuelve.

Pone como ejemplo de buen hacer personal en este sentido a don Pedro Ridruejo a cuya vida y obra se remite. En particular el Arte puede ayudarnos a acercarnos al enigma indescifrable de la mente humana.

Por esto, debemos desarrollar también la dimensión estética de la formación del psicólogo, en especial, y en el fondo de cualquier profesional culto (pág. 43). Pero desde un punto de vista más amplio, la vocación personal es una, e incluye, junto a lo profesional que venimos tratando «las relaciones familiares, de amistad…» en conjunto consiste en ser felices gracias al desarrollo pleno de nuestro ser en todos sus aspectos y dimensiones (pág. 45). Por tanto, incluye también la dimensión espiritual de la vida, el sentido profundo de la existencia que Víctor Frankl supo poner de relieve en la obra El hombre en busca de sentido, una obra en la que el autor se enfrenta a las fuerzas del sufrimiento y a las fuerzas del mal y que no obstante está llena de esperanza.

La Dra. Ávila de Encío, en el tercer capítulo, entronca con esta identidad humana planteada en el capítulo primero y esta subjetividad personal señalada en el capítulo segundo al tratar acerca de los Rasgos relevantes en la personalidad del Psicólogo Clínico. Tomando como punto de partida el «modelo de los cinco grandes » desarrollado por Costa y McCrae concluye que los rasgos de la personalidad del psicólogo clínico más necesarios en la relación terapéutica son los relacionados con los factores de afabilidad y concienciación. Y a continuación se plantea la modificación de los rasgos de la personalidad mediante la adquisición de hábitos que puedan atemperar, ampliar o modificar los rasgos. En definitiva, los hábitos buenos no solo corrigen el rasgo, sino que de hecho son más relevantes que éste en la actuación concreta del hombre en su vida diaria y profesional.

La modificación de rasgos no está siempre a nuestro alcance, pero la adquisición de hábitos que incluso pueden llegar a atemperar, ampliar o modificar el rasgo, sí. Los hábitos, por tanto, son el modo con el que podemos configurar nuestra propia interioridad que sin lugar a dudas se expresará en nuestra apertura a la realidad de los otros» (pág. 65).

No somos por tanto dueños de nuestros rasgos temperamentales o caracterológicos, pero podemos incidir en el modo de ejercitarlos, libertad que desde el punto de vista práctico es más relevante que la dotación natural o ambiental. Concluye esta autora con la remisión a la obra intelectual de Rof Carballo y de Laín Entralgo que pone de manifiesto como una visión comprensiva del hombre amplía el horizonte del ejercicio profesional; y a la vida personal de Gregorio Marañón y Giuseppe Moscati como modelos de personas que la encarnaron.

En el capítulo cuarto el profesor Dr.

Urcelay Alonso continúa, bajo el título Algunas exigencias éticas en las organizaciones asistenciales de Psicología Clínica, esta línea de acercamiento al hombre en este caso bajo el aspecto ético del ejercicio profesional. Con frecuentes referencias al Código Deontológico del Consejo General de Colegios Oficiales de Psicólogos parte del modelo propuesto en Manual de Psicoética. Ética para psicólogos y psiquiatras por França-Tarragó: un modelo en base a cuatro elementos fundamentales que él imagina con la forma del Partenón: en lo más alto o tímpano, el bien o «valor ético de referencia»; las columnas que sostienen el edificio ético, representadas por los «principios éticos»; y en la base, tocando tierra, sirviendo de cimiento en el día a día, las llamadas «reglas éticas básicas». Complementa estos elementos con otro al que reserva un lugar principal y al que, inexcusablemente tendremos que referirnos: las «virtudes que cruzan de lado a lado el templo griego, consolidando el conjunto y haciendo posible que los valores, los principios y las normas verdaderamente se interioricen por parte del profesional…». Como valor ético de referencia propone a la persona y su dignidad; como principios éticos el servicio a la persona, la competencia profesional y la honestidad/responsabilidad; y como cimiento o regla éticas básicas las normas deontológicas que deben concretarse en el juicio ético particular. De poco sirven, sin embargo, los principios y las normas éticas si no se encarnan en la vida profesional del psicólogo clínico.

La ética no es un conjunto de derechos y obligaciones: se trata de retornar a la centralidad a una ética de las virtudes, entendiendo por tales los hábitos, disposiciones, actitudes o rasgos permanentes de la persona que se orientan al bien moral, aunque no haya ninguna restricción ni control externo (pág. 85).

En el capítulo quinto y bajo el título Kierkegaard y los psicoterapeutas el profesor Dr. Polaino-Lorente aborda el tema del quehacer psicoterapéutico desde la perspectiva antropológica de Soren Kierkegaard al que como filósofo existencialista «le interesa la existencia de cada vida personal» y es desde esta concreción de la filosofía en la persona como tiene mucho que aportar a las reflexiones del psicoterapeuta.

El Dr. Polaino-Lorente se remite a la obra de Kierkegaard Concepto de ironía (1841) en el que se contrapone la ironía romántica a la ironía socrática: «La primera, en nombre del “yo” absoluto no toma en serio la realidad. La segunda, en cambio, parte del compromiso ético con cualquier realidad, por modesta que fuere, que interpele la existencia del paciente.

¿Es que la ironía socrática no tiene acaso una inmediata aplicación en el ámbito de la psicoterapia? Gracias a la ironía socrática los “problemas” del paciente se tornan en toda su profundidad y realidad, al mismo tiempo que se le acompaña y no se le deja solo, se contribuye a distancializar, a abrir una distancia entre la persona y su problema, de forma que lo relativo sea tomado como relativo y lo absoluto como absoluto. Esto implica reconocer que el paciente siempre podrá elegir entre absolutizar su problema relativo o relativizarlo; que no está forzosamente condenado por un ciego determinismo frente al que su persona no puede hacer otra cosa para resolver su problema que arrojarse en los brazos de ese determinismo, lamentarse y autocompadecerse por ello» (pág. 89). A continuación propone «algunos temas kierkegardianos susceptibles de esclarecer el proceso psicoterapéutico, como, por ejemplo, la conciencia de la personal nihilidad, la huida de sí mismo, la disolución en el torbellino de las distracciones, la angustia, la desesperación, el ocultamiento de sí mismo en la autocomplacencia estética, la evitación de cualquier toma de decisiones, el temor y el temblor, la incapacidad para afrontar las propias paradojas, etc.» (pág. 90). El Dr.

Polaino-Lorente propone en esta referencia a Kierkegaard la consideración última que las técnicas profesionales no son anodinadas en tanto tienen como interlocutor a la profundidad de cada persona.

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