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Educar en la Universidad de hoy.

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Gil Cantero, F. y Reyero García, D. (Eds.) (2015).
Educar en la Universidad de hoy.
(Madrid, Encuentro). 126 pp.

Resumen

La reseña de este pequeño libro grande no se hace desde la nostalgia, sino desde la experiencia de quien ha enseñado durante casi cinco décadas en la Universidad. El autor de estas breves líneas se ha sentido interpelado por su lectura y asegura que su contenido le ha afectado hasta sentirse concernido por lo que en él se afirma. Observar la actual educación universitaria desde la justa distancia impuesta por la jubilación, permite una mayor objetividad en el análisis responsable y en la oferta de posibles soluciones.

El libro que reseño, está articulado de forma orgánica, de manera que los capítulos iniciales (en los que se afronta con realismo y espíritu crítico el diagnóstico de la situación actual de cambio de paradigma universitario) se completan con los últimos (en los que se pasa revista a los avatares más significativos de sus consecuencias en profesores y alumnos), y se recuerdan al gunos factores nucleares y auto-constitutivos del ser de la vida universitaria.

El Profesor Barrio abre el libro estudiando los cambios que ha conducido a la actual universidad a situarse en una encrucijada, en la que se juega la continuidad de su propio ser. El filósofo no rehúsa embrazar dilemas inquietantes en busca de soluciones: innovación o renovación; entrenamiento en destrezas o búsqueda de la verdad; creatividad o visibilidad institucional; enredados en la red o aprender a pensar; espíritu crítico o razón pragmática; ser más y mejor o cortoplazismo mercantil; universidad-factoría al servicio del empleo en el mercado laboral o sacar de sí la mejor persona posible; recursos tecnológicos o amor a la sabiduría. Son todas ellas cuestiones reales de las que nos hacen pensar, cuestiones que nos inquietan o debieran inquietarnos, que están ahí y que un comportamiento responsable desautoriza mirar a otro lado, si no queremos que en el futuro próximo no haya ningún lado al que mirar.

El Profesor García Gutiérrez volverá sobre este tema (capítulo IV), a propósito de la sociedad red, el mercado y los derechos humanos; el aprendizaje online y la intencionalidad de los profesores; la confusión entre «una economía basada en el conocimiento» y la «reducción del conocimiento a su valor económico»; la «cosificación digital» que concibe a «la persona como mero dispositivo» y la búsqueda de «aquello que en-común comparten todos los seres humanos (…) y los une en la humanidad (humanismo)». La solución que propone es la convergencia y el encuentro entre el humanismo digital y la universidad- conectada. Se trata de «ampliar el horizonte de la empleabilidad y no reducir la educación superior a mera formación.» Los Profesores Thoilliez y Valle (capítulo V) y Esteban (capítulo VI) describen la situación actual de profesores y alumnos universitarios, respectivamente, como consecuencia de los cambios cualitativos sobrevenidos. Los primeros aventuran la posibilidad de un fracaso europeo en la transición a la economía del conocimiento, en lo que atañe a la investigación de los profesores, a pesar de las numerosas Directivas y Recomendaciones de la UE (Libro Verde del Espacio Europeo de Investigación, 2007; Visión 2020 para el Espacio Europeo de Investigación, 2009), cuyo cumplimiento se pospone siempre para después, para un después que nunca llega y dilata los plazos, y que los autores estudian críticamente (capitalismo académico).

Se ocupa también de la práctica —hoy de obligado cumplimiento— en lo relativo a las urgidas publicaciones en revistas de impacto, de las que dependen la promoción de los profesores. Los autores cierran este debate intelectual proponiendo a los investigadores los tres antídotos siguientes: curiosidad, imaginación y perseverancia.

El profesor Esteban trata de recuperar el concepto de orientación para la formación de los alumnos (adquisición de virtudes), en lugar de forzar la adaptación de la vida universitaria a sólo los cambios sociales («la obsesión por la adaptación provoca el olvido de la orientación»), lo que desnaturaliza la vida universitaria y la transforma en un mero rehén de las contradictorias derivas sociales. Con un acertado y amable savoir faire docente (sirviéndose de mitos, un cuento, un chiste y una anécdota), muestra la relevancia para la formación del universitario de la incorporación vital de las cuatro virtudes siguientes: el esfuerzo, la prudencia, la autenticidad y la elegancia estética.

El libro se cierra con las valiosas reflexiones de los Profesores Reyero y Luque (capítulo VII) acerca del cambio (la forzada y artificial contraposición entre lo nuevo y lo antiguo) y de las distopías resultantes.

El doble recurso de que se valen es la crítica al dominio técnico sobre la realidad (la violencia de la razón práctica como única fuente de conocimiento), y la vuelta a las sabias ideas de John H. Newman sobre la formación universitaria. ¿De qué servirían la adquisición de numerosas destrezas si está ausente la formación de hábitos intelectuales? ¿Con sólo las destrezas, habilidades y competencias, se puede conocer y decidir qué hacer con ellas, plantear las cuestiones inquietantes que afectan a la humanidad y encontrar para ellas soluciones eficaces? Este capítulo se ensambla muy bien con lo que se sostiene al comienzo del libro, al que completa.

Los Profesores Gil y Sánchez (capítulo II) y Fontana, Peláez y del Pozo (capítulo III), que he dejado para el final, ofrecen soluciones prácticas —ya experimentadas— que refrendan lo que se ha comentado, líneas atrás, en esta modesta reseña. Los primeros describen y evalúan los resultados obtenidos en la recuperación de un procedimiento muy acendrado desde el origen de la universidad: los seminarios de lectura. Son seminarios voluntarios y al margen del contenido de los programas de obligada enseñanza, en los que se atiende a cuestiones vivas y lacerantes de la actual sociedad, respecto de las cuales el estudiante universitario debiera tener una opinión bien fundamentada y algún proyecto de cómo contribuir a su solución. La participación en el seminario está asegurada, con tal de que lo que se afirme no sean meras opiniones que no estén fundamentadas en la razón.

El diálogo que se establece entre profesores y alumnos, en un ámbito de libertad y respeto, posibilita el encuentro entre ellos y contribuye a aprender a pensar mediante la observación de cómo se hace visible el modo en que piensan los demás y la argumentación a que llegan.

Los segundos relatan su experiencia en los Proyectos de Aprendizaje Servicio Solidario (ApS), que han llevado a cabo.
Se trata de unir la formación académica a las necesidades sociales, tratando de resolver sus problemas. Un tipo de formación que hunde sus raíces en la solidaridad y la gratuidad, es decir, en el bien común donde se concita la responsabilidad social universitaria. En estos proyectos todos crecen y ganan (los profesores, los alumnos, la universidad y la entera sociedad), y nadie pierde. Los alumnos se hacen personas, al mismo tiempo que asumen ciertos compromisos sociales, participan en la solución de los problemas y en los procesos de transformación social, y devienen en buenos ciudadanos. Aquí se aprenden las llamadas «competencias transversales» que tejen la integración y cohesión social y acercan la universidad a la sociedad. La ambición del ApS se hace evidente si observamos el itinerario seguido por su último proyecto: Interven ción educativa en centros penitenciarios: Un nuevo itinerario de formación: ApS y prisiones (2015).

La editorial Encuentro merece, una vez más, mi agradecimiento por la pulcritud y esmero que ha puesto en la edición de esta necesaria publicación.

A mi entender, este pequeño gran libro, de fácil y apasionante lectura, es conveniente recomendarlo a todos los que están comprometidos en el quehacer universitario —sería obligado para alumnos y profesores que quieran saber a lo que se están dedicando—, pero también —y muy especialmente— a pedagogos, filósofos, padres, orientadores, tutores y psicólogos.

Con ello se daría un gran paso hacia delante en la renovación y eficiencia que tanto necesitan las actuales instituciones universitarias. Pero no basta con ello. Es preciso que también los que dirigen —rectores, decanos, jefes de departamentos, etc.— beban en esta fuente. Y, naturalmente, los políticos…, todos los políticos que directamente llevan en sus manos el provenir de la universidad o contribuyen, indirectamente, a su moldeamiento y modificación a través de la propuesta de enmiendas, reformas, y votaciones en el Congreso. Esto debiera ser conocido, en mi opinión, por los políticos de las instituciones europeas e internacionales, en cuyo seno se redactan las recomendaciones, programas y presupuestos que realmente configuran, alientan o asfixian la optimización del espíritu universitario que la sociedad actual tanto necesita.

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