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Adiós, analógicos, adiós

Authors

José Cabeza

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Montero, Julio (2012).
Adiós, analógicos, adiós
(Madrid, Rialp) pp.128

Resumen

En una novela de Turgueniev, que se llama Padres e hijos, uno de los personajes asegura que la “la juventud es una época cobarde”. Lo cual quiere decir que los jóvenes no se atreven a decir cosas, que viven atemorizados por lo que pensarán los demás de ellos, incluso lo que juzgará uno mismo al mirarse al espejo después de haber hecho esto o aquello. Cada acción o cada palabra no es una oportunidad, sino una amenaza a la imagen que tienen construida sobre quiénes son. Julio Montero se sitúa en una dimensión completamente diferente a los jóvenes, según Turgueniev, en Adiós, analógicos, adiós.

No teme enumerar (e incluso asumir a veces como propias) algunas actitudes no muy constructivas en torno al difícil tránsito de lo analógico a lo digital; actitudes, por otra parte, absolutamente naturales que tienen que ver con la instauración de un nuevo orden que empuja al viejo, desea aplastarlo, mientras éste no se deja aplastar. Una historia ya conocida ¿Y cómo se vive todo esto? ¿Qué se pierde? ¿Qué se gana? El choque del mundo digital con el analógico, del que el autor es inevitable seguidor por cuestiones puramente cronológicas, es como el de la ola en el acantilado, éste parece absolutamente indiferente a lo que sucede, pero el tiempo probará que está radicalmente equivocado.

En este texto nos encontramos con términos como “emigrantes digitales”, que obligatoriamente se ven envueltos en una nueva realidad, enfrentados a un abismo con una sola pregunta: o salto yo o me empujan; “nativos digitales”, poderosos por ser los portadores de lo nuevo, que no necesita más matiz ni garantía que eso; “apocalípticos radicales”, que piensan que lo nuevo que viene va a ser malo, y que ya encontrarán los argumentos para demostrar fehacientemente que es tan malo como los gloriosos heraldos (ellos) anunciaban… En fin, el libro analiza a todos estos nuevos personajes y sus actitudes ante el mundo digital. Los fenómenos de facebook, tuenti, twitter y demás correligionarios aparecen conectados con lo que somos y con nuestra historia. El hombre es un ser social, y el invento de las redes sociales no es un descubrimiento, sino más bien un relevo a otros muchos intentos por estar, presentarse o reclamar cosas a la sociedad. Los “solitarios radicales”, como bien dice el profesor Montero, son una minoría históricamente demostrada: “La vida de Robinson Crusoe es todo un ejemplo de interés por salir de la isla cuanto antes”. Adiós, analógicos, adiós tiene el humor que desprende la realidad cuando se la mira desde el punto de vista de alguien que ya ha visto mucha realidad, y sabe que nunca es tan tremenda ni tan monolítica. Un humor natural, necesario y, si se quiere, con un punto de catarsis que transmite la necesidad de comunicarse con el otro (incluso con uno mismo) sin imposturas ni esnobismo.

El texto plantea que la revolución digital también acarrea un desafío a la forma de adquirir los conocimientos. Los analógicos recalcitrantes se preguntan si cambiará el mundo sin ellos o si cambió ya y ni siquiera lo pueden saber con certeza –conviene recordar que la certeza es solo un estado subjetivo de la mente-. ¿Se pueden comunicar tantas cosas en tanto canales, que priorizan más la inmediatez que la exactitud, y que no se produzca una merma epistemológica? T.S. Eliot (1888-1965), premio Nobel de Literatura de 1948, parece que reclamaba atención, en un mundo puramente analógico, sobre los peligros de un mundo digital donde la información fluye, inunda y también ahoga. En El primer coro de la roca (1934) escribió de manera premonitoria: “¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? / ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?” Es decir, la obsesión está en cómo “distinguir el spam de lo interesante” (p. 36). Nunca se produjo tanto conocimiento e información en el mundo como ahora, lo que resulta más difícil de medir es si eso revierte en un aumento equitativo y progresivo de la sabiduría, mucho más singular e indefinible que el número de personas universitarias o el número de e-books vendidos. La sabiduría tiene que ver con la reflexión y la capacidad para deliberar ante diferentes situaciones y, por supuesto, con el buen sentido de elegir la buena opción frente a otras no tan buenas. Esa sabiduría está muy relacionada con la phronesis (prudencia) clásica, que tiene por objeto las cosas particulares, que son aquéllas que pueden ser de una forma o de otra. La sabiduría llega a través de la formación, la racionalidad y el sentido crítico (p. 103), procesos individuales cuya ausencia marca la “brecha de verdad”, la que debe preocupar más que la digital.

En el libro hay mucho espacio para el desafío digital al modelo de educación y a sus guardianes, los profesores que ven cómo su mercancía (con perdón), de pronto ya no les pertenece, porque todo el mundo la vende e incluso la regala, y sus clientes (alumnos) siguen entrando en sus locales (aulas), pero con menos reverencia y más susceptibilidad de la que su condición de joven tradicionalmente aportaba.

El power point o el uso del blog aparecen como dos “indicadores de falsa integración digital” (p. 80). Los profesores torturan demasiadas veces a los alumnos con un power point tedioso que solo sirve para demostrar al alumnado que el profesor también es uno de los suyos. Me recuerda a cuando en los dibujos animados vemos al lobo feroz con una pelliza de oveja por encima, deseando (y estando convencido) de que pasará por una cándida oveja en el rebaño. Fracasa. El profesor también.

Aún hay muchos que no entienden el concepto de doble comunicación, y siguen diciendo lo mismo que se ve en el power point, eso sí con una letra preciosa. Y lo máximo que consiguen, en el mejor de los casos, es que sus alumnos parezcan que están asistiendo a un partido de tenis, porque no saben si mirarle a él o al power point. Y, cómo no, el uso del blog que facilita que cualquier persona que quiera decir algo al mundo pueda hacerlo sin censura ni cortapisas; ahora bien, ¿de verdad el mundo necesita a tanta gente empeñada en decirle algo? Ésa es la duda.

Según relata Julio Montero, un Premio Cervantes le dijo una vez que sería mucho mejor que no colgara textos en un blog, y que en su lugar se comprara un bloc (p. 77). Es decir, una mensaje claro de que mucho de lo que se escribe debe ser destruido para que algo de lo que quede pueda recibir el nombre de buena escritura, tanto en la forma como en el fondo.

Todo lo contrario de lo que demandan las redes sociales: velocidad, inmediatez y palabras, muchas palabras. No hay que olvidar que esa exigencia incesante de palabras también provoca debates interesantes sobre los límites de la comunicación digital (p. 28) y el tiempo que se dedica a las redes sociales. El tiempo es un bien inelástico, lo cual significa que no se puede multiplicar, ni dividir, que está contando de forma invariable. ¿Cuánto tiempo se necesita para ejercer de nativo digital? ¿De dónde viene el tiempo que se dedica a eso? Y, cómo no, aparece el tema de los videojuegos (p. 45) y el entretenimiento, siempre sospechoso. Al mirar los videojuegos, alguien quizás recuerde lo que G. Bernard Shaw señaló cuando vio por primera vez los brillantes signos de neón en Broadway y la calle 42 de noche. Debe ser hermoso, dijo, si uno no sabe leer. En este texto también hay una reivindicación del libro, de la idea de la secuencia y la continuidad en la educación frente a la discontinuidad de lo digital. Pero también se aprecia un reconocimiento al entretenirevista miento como algo estructural a los procesos comunicativos. Los videojuegos son más que juegos, sin duda, pero aún así la lucha que algunos autores plantean no es contra su frivolidad, sino contra el formato de lo entretenido extendido sin límite como problema inabordable. Se ve a la sociedad, cada vez más, como a Ulises ante las sirenas: embelesada por imágenes, novedades y redes. Y se teme una cultura en la que la información, las ideas y la epistemología estén determinadas por la imagen y no por la palabra impresa.

En el ya clásico Divertirse hasta morir, Postman considera que los cambios en el entorno simbólico son similares a los cambios en el entorno natural. Un río recibe un vertido y se vuelve tóxico.

Como consecuencia directa, la mayoría de los peces mueren y es peligroso nadar en él, pero aún entonces el río presenta el mismo aspecto y uno podría tranquilamente navegarlo. Es decir, aunque el río ha sido privado de vida, no desaparece, ni tampoco todos sus usos, pero su valor ha disminuido seriamente y su condición degradada tendrá efectos sobre todo el paisaje. Los videojuegos o las redes sociales pueden afectar a nuestros fundamentos epistemológicos, pero no está claro si eso se debe llamar ataque, invasión, evolución o metamorfosis. Lo que sí está claro es que los analógicos no estamos muy preparados para ello, y que quizás lo mejor sería sonreír ante el espectáculo de la caída de nuestro imperio que es, por supuesto, mucho mejor que el que ha de venir.

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