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Es posible conocer: educación en la razón y en la libertad

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Bersanelli, M. (2014).
Es posible conocer: educación en la razón y en la libertad.
(Madrid, Encuentro). 55 pp.

Resumen

Marco Bersanelli es un insigne astrofísico y profesor universitario, presidente de la Fondazione Sacro Cuore de Milán.

Este texto, publicado en Ediciones Encuentro, es el resultado de la conferencia que pronunció en el colegio John Henry Newman de Madrid el año 2012 con motivo del II Congreso Internacional de Educación. Además de la conferencia, en este volumen se incluye la asamblea de preguntas y reflexiones que los asistentes compartieron con el autor.

El libro, de fascinante y ágil lectura, consta de dos partes principales: la conferencia sobre la pregunta ¿es posible conocer? Y la asamblea que se sucedió a continuación de la misma. La primera parte contiene seis apartados que trazan un camino desde lo más general (la desproporción humana y el conocimiento) hasta lo más concreto: las características de la docencia. Por un lado, observamos que en este trayecto la lupa que Bersanelli nos ofrece para estudiar nuestro objeto de estudio, a saber, el hombre y su posibilidad de conocimiento, va aumentando en grado de magnificación. En cambio, la atracción y el asombro por aquello que va describiendo ni aumenta ni disminuyen, sino que es una constante. La segunda parte consta de nueve preguntas del público que muestran el interés por profundizar en algunos temas, como por ejemplo: la confianza en la educación, la construcción del mundo más allá del aula, cómo lidiar con la aridez del día a día y con la soledad que uno percibe cuando estudia o trabaja solo, cómo podemos amar nuestros límites e imperfecciones, y qué hace del alumno un sujeto protagonista, cómo podemos compaginar en la vida todas nuestras obligaciones. La principal riqueza en las respuestas que da el profesor Bersanelli es su capacidad para suscitar nuevas preguntas en el público en vez de cerrar cuestiones.

Abordamos ahora los asuntos que se afrontan en la primera y principal parte que ya hemos presentado, es decir, el itinerario ante la pregunta sobre la posibilidad de conocer. El profesor Bersanelli ofrece una apasionante explicación sobre la inmensidad de la Vía Láctea y, a través de varias fotografías, el lector descubre la inmensidad de la misma, un disco enorme de doscientos mil millones de estrellas, de las cuales una situada en la periferia es el Sol, y alrededor de esta miniatura nuestra Tierra está girando. Esta desproporción entre la pequeñez del hombre y la inmensidad del universo hace que el hecho de que seamos capaces de conocer, de conocer incluso esto que ahora mismo estamos explicando, no sea ninguna obviedad, pero tampoco ninguna presunción, sino que es uno de los mayores misterios de la experiencia humana. Todavía más impresionante es que esto no sea una sorpresa sólo para el hombre de ciencia, el hombre moderno, sino que el hombre antiguo ya se daba cuenta de esta desproporción sólo mirando al cielo y sus estrellas. Aquellos hombres antiguos simplemente tomaban en serio esa experiencia de desproporción que ya sentían y así, esa misma experiencia, vivida con total lealtad, reclamaba algo más grande que ella misma. Y es así como el hombre empieza a preguntarse «¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él?», e inmediatamente continúa en su estupefacción diciendo «lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y majestad» ( Salmo VIII, 4-6). En este momento, el hombre todavía perplejo por tal desproporción reconoce que tiene algo en sí que es más grande que sí mismo. Esto lo puede reconocer porque aunque el yo físico nace en la historia, se encuentra algo dentro, misterioso, que supera a cualquier precedente físico, y de este misterio damos cuenta por la fascinación que supone que unos seres minúsculos puedan llegar a conocer el universo por su inteligencia, como coronados de gloria y majestad; es decir, que el ser humano, este aparentemente punto infinitésimo del universo, que se ha iniciado en otro punto infinitésimo del universo que es la Tierra, ha sido el inicio de la historia de la vida, que ha llevado en un determinado punto del espacio y tiempo a la irrupción de la autoconciencia del cosmos.

En otras palabras, este granito del universo tiene la capacidad de leer el orden del cosmos. Por otro lado, observamos que las ciencias, las cuales son creadas por la inteligencia del hombre, convergen y se interrelacionan —como las matemáticas y la física— como si estuviesen hechas aposta, como si ambas bebieran de una misma fuente original de la inteligencia. Esto nos lleva a dos conclusiones: la primera es que no hay nada más extraordinario que el hecho de que conocer sea posible, y la segunda es que las investigaciones científicas muestran que el hombre es el vértice de toda la historia del universo, donde la naturaleza se vuelve autoconocimiento.

Podría parecer que nada de esto tiene que ver con la educación, pero no es así, pues de lo anterior se extrae que el hombre es el fruto máximo de la creación y, por tanto, el acompañamiento en el crecimiento de tan altísima obra de la creación es algo de gran envergadura. Por tanto, si el hombre es el vértice de toda la creación, la educación será la forma más directa de colaborar en la continuación de la creación.

Y los que se encargan de esta tarea, es decir, los educadores, son los privilegiados compañeros del hombre hacia la verdad, haciéndose cargo de ellos desde el máximo respeto a su libertad y razón. Enseñar es por tanto transmitir las mejores cosas que la humanidad ha descubierto a lo largo de los años, y esto se transmite no con el fin de acumular conocimiento, sino con la intención de que el joven llegue a ser él mismo.

La pregunta irrenunciable es ¿y cómo colaboraré yo en la creación de este rostro del alumno? Siendo testigo de la historia, despertando la curiosidad por el sentido de las cosas, por la verdad y por la belleza, de modo que después la tarea será educar la capacidad de esforzarse y empeñarse en esa curiosidad aunque resulte a menudo fatigoso. Educar la libertad y la razón: esto es educar la capacidad de relacionarse con la realidad. Un alumno educado en y por su libertad y su razón tiende inevitablemente a preguntarse y exigir una respuesta última del sentido de las cosas; y en esta línea se entiende lo que el sacerdote italiano Don Giussani quería decir cuando decía que la educación es la introducción a la totalidad de la realidad.

El profesor Bersanelli se pregunta si y qué aporta de nuevo la experiencia cristiana a la educación en la razón y la libertad, y ante este desafío responde que el objetivo de un colegio católico no es distinto al que debería perseguir cualquier otro colegio, es decir, el desarrollo de lo humano según su verdadera naturaleza. De la misma manera, los docentes cristianos o no, tendrán como responsabilidad colaborar en la creación del yo del alumno, colaborar en la educación de la persona en su totalidad a través de una disciplina particular.

Por último, y para cerrar este itinerario acerca de la posibilidad de conocer que posee el hombre, Marco Bersanelli ofrece cinco características de la docencia. En primer lugar, el docente se relaciona con una realidad viva que es su materia, y sus alumnos. En este triángulo sagrado disciplina- alumno-profesor se da una relación dramática, que no trágica. El drama es la no posesión ni de la materia que se conoce, ni de los alumnos a los que se enseña.

Uno está en camino sin posesiones. En segundo lugar, el docente ha de ser consciente de su límite, pues es un punto de crecimiento y de reconocimiento de que estamos en camino hacia la verdad aunque no la poseamos. En tercer lugar, es importante que los alumnos perciban que el profesor no vive aislado sino que pertenece a una comunidad, y está unido a una realidad más grande que él mismo; realidad que además le forma y conforma.

En cuarto lugar, la docencia conlleva el riesgo de confiarse a la libertad del alumno.

Para ello, el profesor ha de ser consciente de esta libertad en el alumno, de manera que le dará espacio, hasta el punto de que el estudiante perciba que ese profesor confía más en él —en su razón y en su libertad— que él mismo. El autor afirma que «no hay nada que haga surgir el yo humano como una mirada llena de confianza» (p.33). Por último, en quinto lugar, nos explica que la docencia tiene un carácter abierto de futuro, es decir, que cuando sucede un encuentro educativo, es decir, un hecho inconmensurable y percibido como verdadero, la posibilidad de futuro como realidad abierta vuelve a abrirse desde el presente. Lo grandioso es que esto sólo ocurre si en el presente el docente tiene un afecto por sí mismo, por sus alumnos y por su materia, y percibe la realidad como dato.

Como apuntábamos al inicio, la segunda y más breve parte de este libro nos ofrece el diálogo entre Bersanelli y los asistentes al Congreso. En esta asamblea la nota principal es la incesante apertura de nuevas cuestiones en vez ahogarlas en respuestas cerradas. De las nueve preguntas y respuestas encontramos las siguientes tres novedades a destacar con respecto al texto principal ya expuesto. La primera, es una aclaración ante la pregunta de cómo construir el mundo más allá de lo que pueda ocurrir en la burbuja del aula, a la que el autor responde tajantemente reclamando que el mundo se construye desde pequeñas acciones porque, si son verdaderas, tendrán un gran impacto más allá de la cuatro paredes de la clase.

Si colaboramos en la construcción del yo de un solo estudiante estaremos aportando mucho a la construcción del mundo.
En segundo lugar, recalca la importancia de recordarnos unos a otros que estamos ante un misterio cuando estamos ante un alumno, estamos ante la razón por la que todo existe. En tercer lugar, el autor nos recuerda que lo que transformará el mundo será la alegría, y la alegría no es contraria a la seriedad, sino a la superficialidad.

Sin duda tenemos entre manos una lectura que rebosa vitalidad, precisamente porque parte de la experiencia de un hombre apasionado y asombrado por su vida en primera instancia, y se suma al interés y deseo tan despiertos como urgentes de educadores que quieren conocer y ser fecundos, es decir, ser adultos.

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