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Millán-Puelles, A. (2018). Artículos y otros escritos breves. Obras Completas, Tomo XII. (Zaida Espinosa Zárate)

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Millán-Puelles, A. (2018).

Resumen

El amor por la verdad no es callado; su apetencia incluye necesariamente el deseo de decirla. Las más de 6 000 páginas que nos ha legado Antonio Millán-Puelles, junto a su búsqueda vital incansable del saber, de la que son testigos amigos, colegas y discípulos del filósofo gaditano, dan cuenta de ello. La colección de artículos y escritos breves que se recopilan en el duodécimo y último tomo de sus Obras Completas, publicadas por la Asociación de Filosofía y Ciencia Contemporánea junto con
la Editorial Rialp, ejemplifican de forma especialmente patente el dilatado y flexible horizonte intelectual del filósofo, que pasa ágilmente de un tema a otro sin solución de continuidad, ajeno a cualquier tipo de especialización corta de miras. Su pensamiento analítico y la finura de sus distinciones —herencia, probablemente, de la escuela escolástica que tan bien conocía— revelan la solidez de un saber en el que todas las disciplinas se conectan, si bien no de forma sistemática, en este libro que recoge numerosos escritos breves, sí de forma natural, en un todo coherente que ayuda a pensar desde el común denominador de una consideración profunda y trascendente de la identidad humana.
Como antítesis de una aislada intimidad creadora (cfr. p. 233), el espíritu de comunicación y diálogo del autor es manifiesto, porque Millán-Puelles habla de todo lo que toca al ser humano y con todos. En primer lugar, porque trata de aquellos temas que tienen como protagonista al hombre y desde los que considera que hay que pensar, su razón y su libertad abierta a un ser infinito: la universidad, los saberes liberales, la formación humana, los fenómenos políticos y sociales del momento que vivió, como el movimiento universitario de protesta, el socialismo liberal, el historicismo, el existencialismo, las ideas de maestros y colegas que lo inspiraron y acompañaron en su recorrido intelectual… En segundo lugar, porque tiene el objetivo de «complementar las perspectivas e intercambiar y corregir los pareceres» (p. 234). El resultado es una
hábil forma sintética de ver las cosas que es netamente original. Así pues, los textos aquí reunidos abarcan escritos pensados a lo largo de toda su vida académica, desde intervenciones breves de dos páginas hasta artículos más largos, discursos pronunciados en actos académicos o prólogos a libros. Lo que puede destacarse en ellos como virtud principal es que sus planteamientos no se quedan en la generalidad y estatismo de las abstracciones lógicas, sino que sus preocupaciones antropológicas, educativas, gnoseológicas, sociales y económicas descienden al análisis de los fenómenos más cotidianos y de los dilemas concretos de la práctica, y prueban en ellos su pertinencia. ,,

Para Millán-Puelles esta es la contribución que el intelectual debe hacer a la vida práctica: su función directiva, que él mismo encarnó en su actividad como profesor, no consiste en dirigir activamente la vida de la sociedad —como había pretendido Platón al identificar al filósofo con el político—, sino que se dirige «a mostrar, o en su caso a demostrar y defender con razones, el blanco al que ha de tender toda la vida civil» (p. 158). La dimensión teleológica —y teológica— permanente de sus planteamientos en este libro da cuenta de ello. Esta labor esencialmente comunicativa —y, en consecuencia, retórica— del que se dedica a la vida teórica permite que «el bien no se limite a lucir en el cielo intemporal de la teoría», sino que «sus rayosalumbren y dirijan el dinamismo de la vida práctica» (p. 156). En la invitación a participar en este pensamiento común se manifiesta el amor y el cuidado del prójimo que prioriza el bien de todos frente al propio como esencia de la labor educativa. Aquí radica la dignidad y el valor de la vida docente frente a aquella que guarda solo para sí lo contemplado. Sobre la naturaleza de esta «actividad de tipo ‘mixto’» (p. 158), la enseñanza, que él mismo ejerció durante toda su vida, no deja de pensar el autor, entre otros asuntos, en estas páginas. De las muchas enseñanzas a este respecto que se extraen de este volumen cabe destacar dos, que se aplican con especial énfasis al estado actual de la disciplina pedagógica y vienen de forma negativa: la necesidad de prevención frente al activismo y al actualismo como enfermedades típicas de nuestra época. Por un lado, el activismo (cfr. p. 485) es el síntoma de un ser puramente existente, volcado total o sustancialmente hacia fuera, de modo que vive en la preocupación por el hacer como un «cuidado excesivo del futuro y la ausencia de ocio expresivo de una interior sustancia» (p. 74). Esta actividad, como pura afirmación de sí misma, que no brota de un ejercicio de la inteligencia apetente, acaba siendo «mera repetición, mecánica o animal, de lo que ya la especie humana viene haciendo» (p. 485). Es decir, proviene de una mera instrucción técnica «en nombre de unos intereses productivos » (p. 486), que se presentan, eso sí, engalanados con el sello de la eficacia.
Frente a esta inercia activista, el maestro enseña el valor final de la quietud del ocio como actitud contemplativa que se basta a sí misma en la que el oído atento puede abrirse a las verdades permanentes. Este paso del trabajo hacia un ocio lleno permite que «el hombre no quede por debajo de su estatura humana» (p. 160) o, en otras palabras, significa un cierto tipo de «sobrehumanismo», que no alude aquí a ninguna superación del hombre al modo nietzscheano o transhumanista —puesto que este continúa siendo solo hombre—, sino que pretende «tan solo… desarrollar las posibilidades superiores a que nuestro espíritu nos abre» (p. 161). Esta es la dimensión teleológica para la que Millán-Puelles reclama mayor cuidado y atención en la actividad educativa, frente a la inflación de medios y técnicas (cfr. p. 642), en tanto que hay que tener en cuenta que «el orden de la urgencia no es el de la importancia» (p. 161). La sensibilidad pedagógica de Millán-Puelles le permite reparar en la necesidad de una verdadera participación de todos en los valores de la vida teórica, para lo cual es necesaria una justicia educativa que evite el cinismo de acusar «a los desposeídos de los bienes más bajos no ya de no tener los superiores, sino de no aspirar siquiera a ellos», cuando esta falta de ideales «procede, en verdad, de la falta de bienes materiales» (p. 162). Esta participación universal en el saber es requerida por las propias exigencias objetivas de la inclinación humana hacia el conocimiento, en la medida en que esta es la única cosa que, precisamente porque no es cosa, crece cuando es compartida. Por otro lado, y aunque en estrecha relación con este activismo, de las enseñanzas que se desprenden de esta recopilación de textos destaca también la necesidad de vencer la tentación hacia un actualismo desmedido, que es una «engreída soberbia del tiempo», «adscripción servil a un tiempo efímero, por muy nuestro que sea» (p. 69). Esta constituye una forma de historicismo, de estar fascinado ante la novedad que el presente impone y que da lugar al modo desviado del amor por la verdad que es la curiosidad como avidez de sucesos nuevos. La adherencia ofuscada al presente de moda impide que, viendo los árboles y deslumbrados con su palmaria presencia (cfr. p. 481), podamos ver el bosque y, por tanto, dificulta saber a dónde nos dirigimos. ,,

Actualización, sí; pero esta no es lo mismo que actualismo: este último olvida, por una parte, la esencia de la naturaleza humana, el «denominador común de todo lo humano» (p. 358), a saber, que el hombre tiene «algo divino, la inteligencia» (p. 69); y, por otra, olvida el fin primordial de la tarea pedagógica: enseñar a mirar precisamente esta «eterna verdad de las cosas», «una verdad que no se nos muera» (p. 69) y que muestra que no se puede igualar la verdad con el error, que no todo es lo mismo ni está hecho del mismo tejido ontológico. Millán-Puelles contribuye en los artículos que se recogen en este volumen a recordar que la tarea educativa no puede dejar de confrontarse una y otra vez con la pregunta del quién al que se dirige. Hay que conocer muy bien el alma humana para ser un buen maestro, porque lo que debamos hacer como educadores depende precisamente de que «por debajo de las cosas en que es lícito cambiar, hay otras en las que lo obligado es justamente saber mantenerse firmes y no hacer concesiones» (p. 359).
Zaida Espinosa Zárate ■

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