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Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades

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Nussbaum, Marta C. (2010).
Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades.
(Madrid, Katz Editores). 199 pp.
ISBN 978-84-92946-17-4

Resumen

Bajo este sugerente título, nos llega la reciente publicación traducida al castellano de una de las filósofas norteamericanas más reputadas en el panorama intelectual de nuestros días. Podría decirse que la nueva obra de Nussbaum es una continuación –que no repetición– de su anterior manifiesto educativo: El cultivo de la humanidad: una defensa clásica de la reforma en la educación liberal (2007 traducc.; 1997 edic. orig.). Si en esta obra citada la autora defendía, entre otros aspectos, i) una educación humanística basada en el pensamiento crítico y la autocrítica, siguiendo el modelo socrático y, en general, el modelo helenístico; ii) una educación orientada al desarrollo de la ciudadanía de carácter universalista y iii) una educación que promueva la razón práctica en niños y jóvenes, en esta nueva publicación, Marta Nussbaum plantea la necesidad de una educación que yo llamaría al servicio de la cultura frente a una educación al servicio de la civilización. Es decir, una educación al servicio de lo ético, que elige, juzga, acepta o rechaza desde el ejercicio de una libertad responsable con la que juzga la pertinencia y eticidad de su medio social para el ejercicio de sus derechos y obligaciones como ciudadano con capacidad de afiliación. Una educación, diría, al servicio del cultivo del espíritu –cultura animi –, retomando la etimología del concepto de cultura que nos legó Cicerón.

Nussbaum propone en esta obra una educación que promueva las capacidades prácticas del ser humano –en línea con el enfoque de las capacidades que defiende la autora– y que se concretan en capacidades vinculadas con las artes y las humanidades.

Siguiendo a la autora, una educación que propicie la salud de las democracias actuales debe incorporar en los programas de enseñanza materias humanísticas y experiencias formativas artísticas que estimulen “la capacidad de desarrollar un pensamiento crítico; la capacidad de trascender las lealtades nacionales y de afrontar los problemas internacionales como “ciudadanos del mundo”; y, por último, la capacidad de imaginar con compasión las dificultades del prójimo” (p.26).

Si el discurso educativo actual se está focalizando sobre las relaciones educación y economía y la conveniencia de una educación de calidad en materia científica y tecnológica, no podemos olvidar el largo proceso civilizatorio que hasta ahora hemos recorrido teniendo como horizonte un futuro más humanizador. La Decla ración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 26 señala que “la educación favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos”. Qué duda cabe que promover los valores de tolerancia, respeto y pluralismo en un contexto de diversidad cultural y de internacionalización de la economía, son valores que requieren, como señala la ensayista norteamericana, de una reforma profunda en la educación liberal actual. Me preocupa, al igual que a la autora, que “otras capacidades igualmente fundamentales corran el riesgo de perderse en el trajín de la competitividad, pues se trata de capacidades vitales para la salud de cualquier democracia y para la creación de una cultura internacional digna que pueda afrontar de manera constructiva los problemas más acuciantes del mundo” (p. 25).

La crisis silenciosa de la que nos habla Marta Nussbaum no es otra que la crisis que están viviendo las humanidades y las artes en nuestros modelos de enseñanza tanto universitarios como no universitarios a nivel internacional. Las políticas de la accountability y la meritocracia combinadas con los criterios de rentabilidad, aplicación y transferencia del conocimiento, desarrollo de capacidades y habilidades instrumentales –que no prácticas– caracterizan la filosofía de nuestros sistemas educativos. No se trata ya de una educación para la vida, a la que nos exhortaba John Dewey, sino una educación, diría yo, para una de las esferas de la vida: la esfera productiva.

Nada que objetar, como bien señala la autora, a esta nueva educación del homo oeconomicus basada en la ciencia y la tecnología, pero sin perder de vista que una sociedad que desee articularse sobre las bases de la equidad y la justicia social y que ofrezca oportunidades para el cultivo de una vida humana digna de ser merecedora de esta cualidad, no puede erosionar las distintas esferas del ser humano.
Esferas, que como señala la propia autora, son por otra parte, universales y a las que todo ser humano tiende (vid. Las mujeres y el desarrollo humano, 2002 trad. cast.; ed. orig. 2000).

Si hablamos de una nueva sociedad global basada en la diversidad cultural y en el desarrollo humano, no podemos confundir, como está sucediendo en la actualidad, desarrollo con crecimiento económico. Si los políticos y gestores de la educación no reorientan sus prioridades armonizando las distintas esferas de la vida humana, nos alerta Nussbaum “las naciones producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos” (p. 20).

Puedo hablar por experiencia propia en pleno debilitamiento franquista en nuestro país, de la importancia del teatro y la acción dramática para la educación de niños y jóvenes escolares y universitarios.

Su función catártica y revulsiva, a la vez, que movilizadora de conciencias ciudadanas; y también como un instrumento de valor inestimable para la formación del profesorado, así como un eficaz espejo en el que modelar actitudes y aprender valores humanos. Esta experiencia, de la que no nos habla Nussbaum en su libro, forma parte también de la biografía intelectual de nuestra autora. Tal vez por ello, sus palabras en defensa de las artes y el drama para educar verdaderos ciudadanos del mundo se hacen más verosímiles y creíbles porque hablan desde su historia personal.

Un libro de ensayo muy bien traducido, riguroso y crítico, que recomiendo vivamente no sólo como obra de referencia para académicos e intelectuales, sino para estudiantes y, en general, aquellas personas deseosas de cuestionar sus propios argumentos sobre la utilidad del conocimiento y el papel de las humanidades y las artes en la educación actual.

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