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Bellamy, F-X. (2020). Permanecer: para escapar del tiempo del movimiento perpetuo (Enrique Alonso-Sainz).

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Bellamy, F-X. (2020).

Resumen

Cuando uno se sitúa frente al últi­mo libro del pensador y político francés, François-Xavier Bellamy, lo primero que llama la atención es su portada. La fo­tografía de una gárgola de la catedral de Notre Dame, quieta, inmóvil, en posición observante, de espera; preside la fachada del manuscrito. Es esta imagen una per­fecta alegoría de lo que el lector se podrá encontrar en las páginas siguientes. ,

Bellamy nos invita a reflexionar y a volver la vista hacia aquello que nos ro­dea. En un tiempo donde no existe el pro­pio tiempo, donde el cambio, la velocidad y la innovación son tónicas generales de la vida cotidiana y del pensamiento co­lectivo, ¿merece la pena parar y perma­necer? ¿merece la pena no subordinarse a la velocidad que el mundo nos invita a llevar? ¿es necesario sumarse al frenético ritmo de vida y pensamiento actual? Pre­guntas que buscan respuesta a través de una profunda y crítica mirada al pensa­miento colectivo del siglo xxi. ,

«Uno de los trazos característicos de este momento de la historia humana es la afirmación del cambio como norma fundamental» (p. 46). Todo está en cons­tante movimiento, no nos permitimos parar, lo que supone, según el autor, una pérdida absoluta de objetivos finales in­móviles y, por tanto, de rumbo. Cuando antes el progreso buscaba alcanzar un estado final de mayor perfección, ahora la innovación ha convertido el cambio en un fin en sí mismo: «lo que nos mueve es la pasión por el movimiento y nada más, ya que no necesitamos saber hacia dón­de nos conduce. […] No corremos por la liebre: corremos por correr» (p. 57). Así es, todo se ha convertido en moda pasa­jera, y la moda en el principio moral de toda una sociedad que busca la constante complacencia de sus deseos. ,

Un buen ejemplo de ello podría ser la justicia como medio para el progreso de la sociedad. Esta ha sufrido una metamorfo­sis, buscando el adaptarse a la sociedad sus deseos antes del ideal intangible de construir una sociedad mejor, lo que lle­va a legislar para satisfacer antes de para progresar. Sin embargo, la justicia es de por sí externa al tiempo, ajena al movi­miento, eterna. Se pueden desear cambios que conduzcan a una sociedad más justa y mejor, pero para que el progreso real sea posible, es necesario que se acepte «ese punto fijo al que nos dirigimos, incluso aunque no lo conozcamos perfectamen­te» (p. 123). Si no existe un punto final aceptado de forma colectiva que avale ese cambio que hemos aceptado, no puede ha­ber justicia real y, por tanto, no podremos mejorar, pues todo deseo termina cadu­cando o satisfaciéndose y transformándo­se en otro. ,

En realidad, lo que hoy en día busca­mos es la ruptura total con aquello que aparentemente coacciona nuestra liber­tad de hacer y deshacer a nuestro antojo. La historia moderna nos enseña cómo el ser humano tiende a la perfección y de­sarrollo de la técnica únicamente para deshacer las restricciones naturales que afectan a la libertad de la persona y que se interponen entre los deseos y la satisfac­ción. Un ejemplo muy claro puede ser la conquista lunar: «¿para qué queremos ir a la Luna, sino porque no soportamos que algo nos quede lejos?» (p. 146); o la obse­sión por la inmediatez que nos conduce a querer romper los límites impuestos por el espacio y el tiempo, «no se trata solo de permitirnos ir a cualquier parte, sino de reducir al mínimo el tiempo necesario para el viaje. No se trata de entregar el objeto que queremos consumir sino de en­tregarlo de inmediato» (p. 147). Ninguna resistencia se puede interponer entre no­sotros y el objeto de deseo. ,

Esta obsesión con el cambio y ruptura de límites no solo se realiza en aquello externo a nosotros, sino que el mismo in­tento por romper las trabas de la propia vida y la condición de ser humano tam­bién están sometidas a esta corriente. El transhumanismo y posthumanismo tiene este deseo implícito en su filosofía. Si so­mos libres, por ejemplo, nada me puede impedir tener un hijo con tales caracte­rísticas o concebir una criatura sin ne­cesidad de juntarme con otra persona de sexo opuesto, si el deseo de tener un hijo existe, debe poder ser satisfecho. Pero estos supuestos muros que queremos de­rribar y que presuponen un defecto de la vida, son en realidad aquello que la define en el sentido más fuerte. Querer acabar con la muerte misma, el mayor de los límites impuesto al ser humano, no es, como afirman los transhumanistas y posthumanistas la muerte de la muerte, sino la muerte de la vida misma. La per­sona debe tener un fin al que dirigirse. La vida, tiene una dirección, no es infi­nita, y es ese movimiento, ese límite in­franqueable, ese objetivo final, el que le aporta sentido: «si nos convertimos en absolutamente móviles, estaremos abso­lutamente muertos» (p. 152). ,

Retomando la idea de progreso, esta también se ha desvirtuado mucho en los últimos tiempos, «el progresismo ha destruido la idea de progreso al describir el cambio como necesario por principio» (p. 126). El progreso supone algo mayor que un simple cambio, supone una mejo­ra real orientada a un fin concreto, «no puede haber verdadero progreso más que si hay algo permanente a lo que aproxi­marnos» (p. 122). Realmente existen hoy en día muchas innovaciones, grandes avances en campos como la ciencia o la tecnología, pero ello no significa progre­sar. En muchos casos, la innovación me­jora la técnica, pero no nos elimina los conflictos, solo los desplaza. Nunca en la historia habíamos podido movernos tanto y tan rápido, pero tampoco nunca en la historia habíamos dedicado tanto tiempo a desplazarnos. Las grandes in­novaciones no nos han hecho siempre progresar, muchas solo han desplazado el problema. ,

Un ejemplo de esta falsa idea de pro­greso puede ser la política, que ha cedido terreno a esto, poniendo en todo discurso la palabra transformación como bandera. Todo aquel que llega al poder claudica una supuesta transformación de la socie­dad, un cambio, un supuesto progreso en aras de la evolución; algo muy equivoca­do en realidad. Hay un riesgo muy alto de acabar, por culpa de este afán de cambio, con ese orden que ha sido constituido y madurado lentamente, «que es irrempla­zable en su complejidad, su flexibilidad y su riqueza» (p. 101). Es tan frenética la velocidad que hemos alcanzado, que no hay posibilidad de transmisión de aque­llo que hemos heredado y que es inmóvil. Únicamente tenemos la mirada puesta en el futuro, en un horizonte circular que no tiene fin y que impide mirar al pa­sado. El progresismo ha olvidado que los bienes esenciales son los que requieren más tiempo, y que todo no puede estar sujeto al deseo de inmediatez. Por ello, Bellamy exhorta a recuperar el sentido mismo del progreso y de la política, cuyo objetivo debe ser reconocer y transmi­tir aquello que merece la pena en vez de transformarlo todo acríticamente, pro­gresar realmente en vez de cambiar por cambiar. ,

Pese a todo, el autor no reniega de la necesidad de movimiento, al contrario, la idea de permanecer inmóviles completa­mente es tan absurda como la de mover­se por completo. Lo que no se debe reali­zar es el movimiento por el movimiento, se debe aceptar la parte inmóvil, perma­nente que le da un sentido a la vida y nos hace avanzar hacia una dirección concre­ta. El movimiento no debería estar mal, siempre y cuando tenga un sentido, pero correr por el simple hecho de correr nos hace perder la razón, la esencia misma de la persona. Hemos desechado com­pletamente aquello intrínseco que no podemos cuantificar ni controlar, olvi­dándosenos que «nuestro trabajo, como nuestras vivas, llega a su cumplimiento en la forma de gratitud […], lo más esen­cial a nuestras vidas es y siempre será lo que no se pueda contabilizar» (p. 177), es decir, lo que no se debe mover de noso­tros. Si perdemos por completo el sentido de nuestras vidas, si olvidamos la parte inmóvil que marca la dirección, perdere­mos la vida misma. ,

En suma, posiblemente Bellamy ten­ga razón y tengamos que permanecer. Lo que a lo mejor no está tan claro es cómo hacerlo, qué decisiones o medidas debería­mos tomar política y colectivamente para poner el freno a este movimiento y encau­zarlo a un fin. O cómo podemos trasladar este planteamiento al ámbito educativo, con el que se encuentra intrínsecamente relacionado, pero cuyo desarrollo supon­dría también ir, en muchos casos, a con­tracorriente. ,

Claro está que no podemos vivir ni educar en un movimiento perpetuo, que debemos aprender a esperar, a evaluar, a pensar, a permanecer y a volver la vista atrás para reconocer en el pasado aquello que nos hará mejorar en el futuro. Quizá deberíamos ser, en parte, como esa gárgola de Nôtre Dame, que quieta, paciente, ob­servante cumple su fin y permanece sin va­riar su esencia, porque sabe que no tiene sentido cambiar si eso no la lleva a progre­sar y cumplir así mejor su función. ,

Enrique Alonso-Sainz

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