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Resumen

Hay un debate general en los países industriales avanzados acerca de las posibles nuevas funciones del sistema educativo, incluyendo su nivel no universitario; se debe en parte a la idea de que estamos en los inicios de la «sociedad de la información».

Esto no significa, sin embargo, que las funciones admitidas como indiscutibles se estén llevando a cabo satisfactoriamente. En los EE. UU, por ejemplo, hay un gran clamor por el hundimiento progresivo de la escuela pública y el naufragio de dos de sus funciones: socialización del alumnado y apropiación aceptable, por parte de éste, de los universales culturales.

En torno a la socialización, se echa allí de menos un modelo claro de educación ético-cívica y una acción eficaz en ese campo. En los mass-media se interpela a los responsables de la institución educativa; la literatura especializada discute sobre cómo debe concebirse y efectuarse esta educación ético-cívica; y hay protestas de los educadores acerca de que se está exigiendo a la escuela más de lo que puede dar de sí.

En efecto, la educación cívico-moral, sociológicamente considerada, se lleva a cabo en todas aquellas tramas intersubjetivas en las que participa el educando y en las que tienen lugar valoraciones de conducta o de instituciones, disvaloraciones, prescriptividad o anomía. Todos aquellos agentes productores o destructores de socialización intervienen, pues, en el proceso de la educación moral y cívica: familia, mass-media, grupos de iguales... y también la escuela, que, además, alberga unas horas al día a todos los grupos de iguales, hasta cierta edad, desde que la educación es obligatoria (16 años en nuestra

LOGSE).

La carga de la educación ético-cívica de niños y adolescentes escolarizados no puede, pues, asignarse en exclusiva al centro educativo; es más, ni siquiera puede pensarse a priori que sea, o pueda ser, el factor determinante principal del estado genérico de la educación ético-cívica (por acción u omisión). Y menos aún, si por educación cívica y ética se entiende no sólo el conocimiento de instituciones sociales y de conceptos de filosofía moral, sino, además, la adaptación sin problemas graves de las cohortes juveniles al orden social prevaleciente, con comportamientos integrados.

Es, pues, menester aclarar qué se entiende por educación ético-cívica, qué demanda nuestra propia sociedad en ese campo, y qué puede hacer la escuela por atender tal demanda en el periodo de escolarización obligatoria.

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