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Resumen

En el planteamiento liberal de la educación figuraba, en primerísimo lugar, la uniformidad de la enseñanza, lógico correlato del igualitarismo educativo proclamado a primeros de siglo por el liberalismo radical y aspiración que enlazaba con la tradición ilustrada española. No obstante, el uniformismo didáctico del liberalismo español -de libros, programas, métodos. . . - tenía, sin duda, una proyección mayor de la ya expresada por los textos legales escolares de principios de siglo. Por una parte contribuía a la modernización de la enseñanza dotándola de mejores instrumentos pedagógicos. Por otra, acentuaba la estricta vigilancia sobre las doctrinas y la formación general del ciudadano, necesaria para garantizar el nuevo orden social.

Heredera de los planteamientos educativos de la Revolución como en el país vecino, la burguesía liberal española se propuso democratizar el leer-escribir -contar, como observa M. Crutellier, no presentaba ni la misma importancia ni la misma novedad, y aunque ello se proclamara explícitamente -como antes había hecho la Iglesia católica- con intención de servicio, lo cierto es que en tal intención no era ajena una clara, aunque implícita, voluntad de poder. La lectura, peligrosa actividad que modela la mente y el corazón de los jóvenes, debía ser especialmente dirigida y vigilada. No hay que olvidar que «la lectura aun cuando ofrece el reflejo de la vida, éste es un reflejo elegido y que incluso cuando ella describe también prescribe de algún modo». Se hacía necesario el estricto control estatal de toda la literatura impresa con fines didácticos para asegurar que, cuantos manuales y libritos fueran elaborados para servir de uso en los centros de enseñanza, se ajustaran al código moral y social de las clases burguesas dirigentes. Si además se tiene en cuenta -como observa A. Escolano que el libro escolar es el instrumento que vehicula y transmite aprendizajes tales como la gramática y la ortografía, los dogmas del catecismo y el sistema métrico -tres soportes decisivos en la normalización de la colectividad nacional- se añadirá una razón más para comprender la intervención estatal de este producto cultural que aseguraba la cohesión del cuerpo social.

De todos modos, la acción vigilante y controladora de las instancias públicas sobre el libro escolar, si bien persistió durante todo el siglo -a excepción de la libertaria etapa revolucionaria-, sufrió distintas interpretaciones según los vaivenes políticos de la época, desde la imposición del texto único en las escuelas por el liberalismo exaltado de principios del XIX, hasta la variedad o pluralidad de libros, a disposición de profesores y alumnos, elaborados de acuerdo a los programas oficiales -únicos y obligatorios- de la época de entre siglos, pasando por la libertad restringida o limitada de elección de los manuales escolares entre los previamente aprobados por el Gobierno, alternativa consolidada por el liberalismo moderado en la Ley Moyano. Así, pues, de la uniformidad de los textos del liberalismo gaditano se pasó, en el transcurso de un siglo, a la uniformidad de los programas escolares de la Restauración. Además, desde que se impusieron las tesis conservadoras del liberalismo moderado de mediados de siglo, se produjo la cesión de parte del control ideológico de los libros escolares a la institución eclesiástica. En algunos momentos adquirió verdadero protagonismo en la vida política española al verse directamente implicada en el tan debatido tema de la libertad de enseñanza entre krausistas y católicos de finales de siglo.

La intervención estatal sobre el libro de texto se ejerció en todos los niveles de enseñanza. Aunque la prioridad educativa recayó en la formación de las élites sociales -la enseñanza secundaria y la superior no por ello se abandonó el control ideológico de la educación destinada a las clases populares. Precisamente, de la rudimentaria instrucción dirigida esencialmente a modelar la mente y la conciencia de las gentes, dependía, en buena medida, el orden y la paz social del Estado liberal. En ello, sin duda, iba a jugar un papel importante el colectivo femenino, de manera que la educación diseñada para las mujeres -distinta y de menor rango que la del varón- debía cuidar especialmente los contenidos formativos necesarios -religiosos, morales, higiénicos. . . - que asegurasen la eficaz colaboración de la mujer, desde el ámbito privado específico de su sexo, en los objetivos de orden y pacificación social del Estado liberal burgués.

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